Carga responsable y autoridad ¿La persona que hace o la que ordena??
La responsabilidad es uno de los requisitos fundamentales para vivir una vida plena. Su concepción puede verse fuertemente influenciada por la culpabilidad y la autoridad. En muchas ocasiones, ser culpable y ser responsable pueden entremezclarse y actuar uno en pos del otro. En otras ocasiones, la responsabilidad de saber sobre quién es la carga responsable y ante qué, dificulta encontrar la respuesta más oportuna.
¿De qué es una persona responsable y por qué?
En la vida es fundamental detectar esta cuestión para poder delegar y liberarse de la carga que otras personas o situaciones puedan ejercer en nuestro camino. Lo que está claro es que si no se dilucida este entresijo será muy complicado saber qué deberes y para con quien hemos de actuar.
En los años sesenta del siglo pasado, un investigador de psicología social de la universidad de Jale, Stanley Milgram, trató de analizar a través de un experimento la disposición de un participante para obedecer las órdenes de una autoridad ante los propios valores personales. Mediante carteles en paradas de autobús se alentó a personas a participar en el experimento. En el título aparecía “Estudio de la memoria y del aprendizaje” y se ocultó la realidad: iban a participar en una investigación sobre la obediencia a la autoridad. Los participantes serían personas entre los veinte y los cincuenta años de edad, sin tener en cuenta la variabilidad en la educación (desde secundaria hasta doctorados).
El experimento requería de tres personas: el experimentador de la universidad, el maestro o voluntario que acudió gracias al anuncio, y el estudiante o cómplice del primero que se hace pasar por voluntario y que participa en la investigación. Ambos sujetos participantes cogen un papel de una caja que les pondrá a cumplir un rol distinto en el experimento. El alumno cómplice coge primero el papel y dice haberle salido “alumno” (en los dos papeles aparecía maestro), con lo que forzosamente el otro voluntario, el real, adquiriría el rol de maestro.
Separados por un cristal, alumno y maestro, se le ata al primero en una silla eléctrica dificultando cualquier movimiento. Le ponen electrodos para emitir descargas eléctricas y así no tener daños irreversibles aunque puedan producir dolor extremo. Esto se le comunica mientras el maestro voluntario escucha. Después, se les explica a ambos que el experimento sería grabado para que supieran que no podían dar otra versión de los hechos.
En una primera instancia se realiza una descarga de 45 voltios tanto al maestro como al alumno, con el fin de dar a entender el grado de dolor que experimentará el alumno. A continuación, se da al maestro listas con parejas de palabras que ha de mostrar al alumno. Cuando el maestro empieza a leer las palabras de una de las listas, el alumno podrá presionar un botón que señala del 1 al 4 la opción que le parezca acertada. Si la respuesta es errónea, el alumno recibirá una descarga de 15 voltios. Esta irá en aumento a lo largo de 30 niveles según el número de fallos, hasta llegar a 450 voltios. Si la respuesta es acertada se pasará automáticamente a la siguiente. El maestro creerá estar emitiendo descargas a su pupilo cuando no es así. Este teatralizará que las está recibiendo. Una vez la intensidad va en aumento empezará a golpear el cristal que le separa del maestro añadiendo que tiene problemas de corazón. Posteriormente, al llegar a 270 voltios, gritará agónicamente (lo que maestro escuchara será una grabación de esos gritos). En el caso de que se alcanzaran los 300 Voltios dejará de responder.
Puesta en práctica ¿Qué sucedió con la autoridad?
Cuando se superaban los 75 Voltios empezaban las quejas de los alumnos. Los maestros empezaban a ponerse tensos y querían parar. La insistente autoridad del investigador les hacía continuar. Cuando alcanzaban los 135 se detenían y preguntaban la finalidad de la investigación. Un número de ellos continuaba, añadiendo no ser responsables de lo que pudiera ocurrir. Algunos de los participantes reían tímidamente ante los gritos de dolor de sus alumnos.
Cuando el maestro le verbalizaba al investigador que no estaba dispuesto a continuar, este le daba una orden imperativa según la necesidad. Estas frases estaban pensadas previamente: “continúe, por favor”, “ El experimento requiere que continúe”, “Es absolutamente esencial que continúe”, “ “No tiene otra opción, debe continuar”
Cuando se utilizaba la última frase y aún así el participante se negaba a seguir, detendrían el experimento. En el caso de que no se detuviera se terminaba después de tres dosis seguidas de 450 voltios.
Restultados: ¿Qué hacía el Maestro?
El 65% de los maestros participantes aplicaron la descarga máxima, aunque se sintieran incómodos al hacerlo. No hubo ninguno que no parara en cierto punto y cuestionara. Algunas personas incluso señalaron que querían devolver el dinero que les habían pagado. No hubo ningún participante que se negara completamente antes de aplicar descargas de 300 voltios.
¿Qué conclusiones se han extraído?
Según una escala de sufrimiento, la mayor parte de los participantes habían alcanzado una media de 13 sobre 14, considerándose 14 la más elevada.
Una de las conclusiones es la que define la “Teoría del conformismo”. Una persona que no tiene experiencia ni conocimientos a la hora de decidir, y más ante una situación complicada, delegará esas decisiones al grupo o a una posición más elevada jerárquicamente. Otra es la llamada “Teoría de la cosificación”: una persona que va transformando la percepción sobre sí misma y se siente mediadora de los deseos de otra, elimina conceptualmente parte de la carga responsable de sus actos. Cuando esto sucede aparece la obediencia.
Este tipo de comportamientos aparecen en determinados puestos de mando jerárquicamente estructurados, donde la función del trabajador o empleado es cumplir con el propósito que viene de arriba. El ejército es un buen ejemplo de ello.
La esencia de la obediencia consiste en el hecho de que una persona se mira a sí misma como un instrumento que realiza los deseos de otra, y por lo tanto no se considera a sí misma responsable de sus actos. Una vez que esta transformación de la percepción ha ocurrido, todas las características esenciales de la obediencia se manifiestan. Este es el fundamento del respeto militar a la autoridad: los soldados seguirán, obedecerán y ejecutarán órdenes e instrucciones dictadas por los superiores, con el entendimiento de que la responsabilidad de sus actos recae en el mando de sus superiores jerárquicos.
¿Tengo carga responsable o no?
Dilucidar la carga responsable es una de las bases fundamentales para que una persona pueda ejercer un cambio, y más en una terapia. Muchas veces el actuar como mediador de una responsabilidad mayor o de un grupo (el mundo, los otros, la familia) actúa como freno ante la propia asunción de responsabilidad de un hecho ajeno. Los seres humanos estamos constantemente debatiendo quien ha hecho qué y quien es el máximo responsable. Pero la realidad es, que el mundo cambia cuando yo cambio o cuando veo lo que realmente no puedo cambiar, y esa es una de las máximas conciencias a las que un ser responsable puede agarrarse. Todo con el fin de darse cuenta de hasta qué punto puede hacer algo.
“Si cada uno limpia su acera la calle está Limpia”
Goethe (1749-1832)
Artículos relacionados