Desde hace miles de años, el amor representa el vínculo más fuerte que se puede dar en la relación entre dos personas. Es por eso que ha sido tan venerado a lo largo de la historia, y lo que es más, señalado como uno de los aspectos más importantes en el camino a la felicidad. Las relaciones se fundamentan en el amor, y no en el poder. El dominio es una una fina línea compleja de detectar.

El amor es un concepto difícil de definir en palabras, funciona en pos de las emociones y su significado es subjetivo. Es por esta razón por la que si no hacemos una distinción entre lo que es una relación sana o una de poder, caeremos en el error de no saber cual es cual, e incluso permanecer en la ignoracia ante nuestra propia situación.

Según la Real academia de la lengua española (RAE), el poder implica control, imperio, domino que una persona impone para conseguir algo o concretar un mandato. Es una herramienta de la que disponen los gobiernos para llevar a cabo cualquier plan que crean conveniente con un fin común; es dar el derecho a un grupo de personas a decidir por otras, hacer lo que sea necesario aunque estas no estén de acuerdo. Es por ese motivo por el que el poder tiene implícito el concepto de posesión; cuando poseo algo lo domino, y diga lo que diga el resto tengo la última palabra.

El Dominio es posesión

Cuando el poder implica posesión, la sensación de tener y la necesidad de mantenerlo pueden provocar que una persona no actúe en función del amor, sino con la intención de hacer todo lo necesario para mantener a la otra persona a su lado. Esto implica ir por encima de sus necesidades, con el fin de establecer un gobierno sobre la pareja. Es por este motivo la razón por la que es tan importante aprender a distinguir un vínculo de dominio de uno de amor.

¿Qué diferencias existen entre una relación de amor y de poder?

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El amor es la libertad de acción. Jorge Bucay habla de él como un espacio de libertad entre dos personas en el que no existe la dependencia hacia el otro. Es un lugar fuera del control, de la necesidad  de imponer reglas sobre la otra persona. Un espacio común en el que mi vida individual es respetada dentro de mi vida de pareja, en el que los dos sumamos un plus a la individualidad de cada uno sin cohartar a la otra persona.

El miedo es uno de los aspectos que mal gestionados puede llevar a la necesidad  de control: “miedo a perder al otro”. En muchos casos fruto de las inseguridades y la anticipación catastrófica que se da ante un mundo en el que, “no sé lo que puede pasar si…”, y que representa un aspecto característico de la  vivencia individual de muchas personas. Un mundo en el que el futuro se impone al presente, y no deja disfrutar de este como se merece. El miedo es humano cuando hay una razón de verdad, pero si no hay o soy desconfiado/a, no puedo liberarme de su carga. Ese miedo puede provocar un intento constante de posesión hacia la otra persona: “saber que hace a lo largo del día, controlar sus pertenencias, su móvil, su whatsapp”, es decir, puede provocar una invasión de la intimidad del otro. Si hablamos de que el amor es libertad de acción,  eso es lo que lleva implícito en su esencia frente al dominio. Si se rompe esa cualidad se desarrolla la necesidad de control sobre la otra persona, lo que genera malestar constante y sensación de miedo. Querer a alguien implica confianza, fe sin obsesión; tener en cuenta lo que para mí es importante o básico en una relación sin pasarlo por encima.

Amar no es decir siempre que sí. En un vínculo sano donde mi persona se ve libre de expresar sus ideas, siempre y cuando respete las del otro. No implica que estas sean más o menos importantes, sino que mi individualidad se sienta respetada. Si esto no es así aparece la relación de posesión.  Si yo no soy capaz de expresar mi individualidad cedo, y eso puede generar que la otra persona, sin quererlo, tome las riendas y la posea. Amar es respeto. Si no existe, y el miedo no me permite decir lo que pienso, estaré fomentado una relación de dominio.

“Amar no es solamente querer, es sobre todo comprender.”

Francoise Sagan (1935-2004)

 

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